viernes, 30 de abril de 2010

En el día de los niños macabros.

Hoy, gracias al presidente Álvaro Obregón, se celebra en México el Día del Niño, fecha dolorosa para las víctimas de la Guardería ABC o los deudos de los niños asesinados en la “cruzada” que libra este gobierno contra el narcotráfico.
Ante estos horrores tangibles prefiero festejar la Noche de Walpurgis, o Walpurgis Nacht, fiesta pagana celebrada en numerosas regiones de Europa del Este y el Centro, ocasión en que las potencias malignas deambulan libremente por el mundo de los vivos, como muchos niños hacen. Felicidades a todos ellos.

jueves, 29 de abril de 2010

Para todos los niños macabros en su día.

Edgar Allan Poe por Charles Addams.



























Hitchcock siempre vive...

El próximo martes 4 de mayo de 2010 a las 19:00 horas, en el noticiero cultural de canal 22, apareceré junto con un grupo de expertos-Leonardo García Tsao, Mauricio Matamoros, Rigoberto Castañeda y el talentoso Rafael Aviña- para discutir sobre el cine del "Mago del Suspenso". Será más bien una reunión de admiradores. No se lo pierdan. Para más detalles consulten su programación...

martes, 20 de abril de 2010

A propósito de la locura

Una de las influencias más notables de Tim Burton es sin duda la obra del caricaturista estadounidense Charles Samuel Addams (1912-1988), cuyos dibujos aparecieron en el semanario New Yorker (casa también de Truman Capote) de 1932 a 1987. Oscar Pálmer, en el estudio introductorio a la compilación de la obra de Addams, “La familia Addams y otras viñetas de humor negro”, publicada en 2004 por la distinguida Editorial Valdemar, recuerda el epitafio que emitió William Shawn, editor del New Yorker entre 1951 y 1987, tras la desaparición física del caricaturista: “The New Yorker no estuvo completo hasta que Charles Addams empezó a publicar en él”. Y es que el estilo de Addams, generalmente viñetas unitarias (o one-liners) que denotaban un humor ácido y retorcido que sofisticaban la línea editorial de la publicación, era increíblemente atractivo. Entre su producción brilla un insólito cartón, publicado por vez primera el 6 de agosto de 1938, crítica mordaz a la familia norteamericana, convertido en seriales televisivos, caricaturas, películas y obras de teatro. El clan Addams, integrado por los amorosos padres Morticia y Gómez (u Homero, según el clásico doblaje de Jorge Lavat), los pequeñines macabros Wednesday (Merlina) y Pugsley (Pericles), el tío Fétido (o Lucas, con la voz del maravilloso Jorge Arvizu), la Abuela y el fiel mayordomo Lurch (Largo), representan al clan burgués promedio. Contra la creencia popular, en la amplia obra de Charles Addams para el New Yorker, que comprende más de 1300 cartones, la familia sólo aparece en escasos treinta. Los Addams representan la otredad y nos recuerdan que “las cosas son según el cristal con que se miran”. Su noción de normalidad es una bofetada a la familia tradicional, esa que promueve la extrema derecha. Ejemplo de ello es la famosa viñeta en la que Gómez, Morticia y Luch se disponen a arrojar desde las alturas el contenido hirviente de un caldero a un grupo de niños que cantan villancicos frente a su mansión. Precisamente Lurch, barbado en su primera aparición, está inspirado en Boris Karloff, viejo conocido de todos y de este blog, concretamente en el mayordomo que encarnó en “The old dark house” (James Whale, 1932). El anecdotario documenta que el actor llamó a Charles Addams para agradecerle el halago.
Recuerdo a esta “familia muy normal” porque Tim Burton anunció recientemente que uno de sus siguientes proyectos será una reelaboración de la creación más popular de Charles Addams, con la promesa de ser fiel a la intención del autor y con el estilo y tecnología que usó en “El extraño mundo de Jack”, “Jim y el durazno gigante” y “El cadáver de la novia”. Suena prometedor. Ahora viene la tortuosa espera.

lunes, 19 de abril de 2010

Un avance Mórbido

Mi amigo Pablo Guisa Koestinger, entusiasta del cine de horror y creador del Festival Internacional de Cine de Terror y Fantasía Mórbido que se celebra en el pueblo mágico de Tlalpujahua, Michoacán, acaba de invitarme a participar en su tercera emisión, dedicada esta vez a las máscaras y sus incontables significados en las culturas del planeta. Mi intervención versará sobre el tema criminal, cosa extraña, y su matrimonio con el cine. He aquí un pequeño avance de mi futura disertación. Ojalá nos veamos allá.

Máscaras y muerte
Tercer Festival Mórbido, Tlalpujahua, Michoacán.
Roberto Coria.
Resumen. En un momento del metraje de la reelaboración para el nuevo milenio de “La masacre de Texas” (Niespel, 2005), el enorme asesino conocido como Leatherface manufactura una máscara con la piel de su víctima anterior. Cuando ha terminado, retira de su cabeza la máscara que usaba previamente y se coloca la nueva. Antes de ello observamos su tétrico rostro grisáceo, carcomido por una enfermedad de la piel. Esta exhibición fue severamente criticada por los aficionados de la cinta original. En ella, dirigida por Tobe Hooper en 1974, el homicida jamás muestra su cara. Y tal vez eso sea lo más aterrador. Para Hooper el mal no tiene rostro, adopta el del fruto de sus apetitos. La vocación costurera de Leatherface está inspirada en la del granjero Edward Theodore Gein, quien en 1957 conmocionó a la sociedad estadounidense tras ser expuesta su carrera como sastre, necrófilo y homicida.
La máscara, en primera instancia, oculta la identidad y le ofrece anonimato y cierta libertad a quien la porta. Esta liberación no siempre es constructiva. En 1941 el psiquiatra estadounidense Hervey Cleckley acuñó el término “máscara de sanidad” para designar al disfraz que portan los psicópatas –o personas con trastorno antisocial de la personalidad- para aparentar normalidad y ser funcionales ante la sociedad. No porque sufran una deformidad física, sino mental. Tras el amoroso y caritativo hombre de familia que pretendía ser John Wayne Gacy se ocultaba el asesino confeso de 33 varones de entre 9 y 20 años de edad. Gacy no usaba una máscara para cometer sus crímenes, sino el maquillaje de un payaso como herramienta de seducción y una forma de mimetizarse socialmente.
Menos sutiles han sido otros asesinos que el cine de horror ha engendrado, representantes del género y auténticos mitos contemporáneos: el sanguinario Michael Myers, con su máscara de noche de brujas, quien obedece doblemente el llamado de la sangre, o Jason Voorhies y su máscara de hockey, víctima convertido en un imponente asesino sobrenatural.
El uso de las máscaras es un recurso frecuente del cine de horror y se sustenta en uno de los miedos más elementales: tememos lo que no vemos. Demuestran, como sabiamente advirtió un niño a su aterrada niñera, que “no puedes matar al coco”.

viernes, 16 de abril de 2010

Burton y Carroll, o Carroll y Burton

Pocos autores (literatos o cineastas) han logrado provocar la creación de adjetivos para referirse a su obra. Decimos burtoniano para designar elementos fantásticos con profundas influencias del cine expresionista, un colorido delirante, tintes macabros y perspectivas imposibles. El hombre que lo ha inspirado, Tim Burton, es decididamente uno de los artistas más talentosos e imaginativos de nuestra era. Nació el 25 de agosto de 1958 en el suburbio de Burbank, California, y manifestó desde edad temprana una afinidad natural para las artes. Sin embargo era un chico extraño; arrancaba las cabezas a sus soldados de juguete y se divertía aterrorizando a sus vecinitos asegurándoles que los ovnis habían aterrizado para conquistar el planeta. Para sobrellevar la normalidad de su entorno suburbano, encontró refugio en los cines cercanos a su casa, donde pasaba horas viendo viejas películas de horror. Ingresó en su adolescencia al Instituto de Artes de California, cunero de animadores patrocinado por los Estudios Walt Disney, y se unió posteriormente a sus filas. Dirigió un par de originales cortometrajes, Vincent y Frankenweenie, estupendos ensayos fílmicos que son el preludio de una brillante carrera.
La filmografía de Tim Burton en conjunto es un estupendo cuerpo de trabajo cinematográfico. Sólido y consistente en sus temas (la marginalidad, la soledad, lo extraño, la dualidad de la condición humana, la belleza interior y los límites que establece la sociedad), personajes, actores (como Almodóvar reunió un ensamble actoral que bien podríamos llamar los Chicos Burton, entre quienes brillan Johnny Depp, Danny de Vito, Jack Nicholson, Michael Keaton, Christopher Walken, etc.), ambientes, estética y técnica narrativa, reúne los elementos para ser calificado como cine de autor si bien es inminentemente comercial. Su producción mantiene profundos lazos con la literatura. Por ello no es extraño que su décimo cuarto largometraje sea una nueva revisión de las novelas clásicas de Lewis Carroll. De hecho es la elección ideal.
Antes de continuar debo jugar al abogado del diablo. Soy un entusiasta admirador del señor Burton. Se bien que muchos opinan que se ha edulcorado y ha comprometido su visión artística. Yo creo que los cambios de enfoque en su producción son congruentes con su evolución personal. Son épocas. Por ejemplo, El Gran Pez (2003) coincide con la muerte física de su padre y su inminente paternidad. El cadáver de la novia (2005) y Charlie y la fábrica de chocolate (también de 2005) son regalos a sus hijos y medios para reencontrarse con sus obsesiones infantiles.
Lo anterior hace que tenga opiniones tan encontradas de Alicia en el país de las maravillas (2010), su regreso al estudio cinematográfico que lo vio nacer.
La primera crítica que harán los puristas de la obra de Carroll –entre los que me sumo- es que es una muy libre adaptación de sus dos novelas sobre la pequeña Alicia y sus viajes a otros mundos. De hecho el guión de Linda Woolverton es una suerte de secuela que toma elementos de ambos libros, más semejante a Regreso a Oz (Walter Murch, 1985) o a Hook, el regreso del Capitán Garfio (Spielberg, 1991) que a las incontables adaptaciones literales de los relatos.
La historia es la siguiente: Alicia Kingleigh (Mia Wasikowska), soñadora joven de 19 años, se encuentra en la víspera de un matrimonio concertado con un insípido Lord, como sucede en El cadáver de la novia y ocurría tan frecuentemente en la Inglaterra victoriana donde se ambienta la cinta. En parte atemorizada por la manera en que la sociedad le exige que actúe (“tienes casi 20 años y ese hermoso rostro no durará para siempre”), también curiosa por la insólita aparición de un Conejo Blanco (Michael Sheen), huye de su fiesta de compromiso. En la persecución del mamífero cae en un agujero que la lleva a un extraño mundo subterráneo, donde crece y se encoge recurrentemente, habitado por seres igualmente extraños como un Sombrerero (Johnny Depp), los obesos gemelos Tweedledee y Tweedledum (voz de Matt Lucas), la oruga azul Absolem (voz de Alan Rickman), el evanescente Gato de Cheshire (voz de Stephen Fry), el pájaro dodo Ulileam (voz de Michael Gough), el sabueso Bayard (voz de Timothy Spall) y gobernado por la cabezona Reina Iracebeth (Elena Bonham Carter de Burton), quien acostumbra ordenar decapitaciones a diestra y siniestra con la ayuda de su pusilánime servidor/amante Ilosovic Stayne (Crispin Glover), alias la Sota de Corazones. Todo le parece a Alicia parte de un sueño recurrente. Al final la joven descubre que se trata de un recuerdo reprimido porque visitó el lugar cuando niña y se convierte en una suerte de Juana de Arco que tiene la misión de matar al monstruoso Jabberwocky (voz de Christopher Lee), terminar con el opresivo reinado de Iracebeth y restaurar a su hermana la Reina Blanca (Anne Hathaway) como legítima y benévola soberana.
El escenario parece el idóneo para que el señor Burton despliegue su imaginación, pero el resultado es una cinta convencional donde vemos muy poco del sello que distingue su obra; este aparece acaso en la playera de los gemelos, en la sonrisa del Gato de Cheshire y en algunos árboles del Inframundo. Parece que soy severo con una película que no es mala. Es incuestionable su flamante factura (le auguro numerosas nominaciones a importantes premios en rubros técnicos), con su delirante diseño de producción. También le agradezco algunas líneas brillantes (“algunas de las mejores personas están locas”). Pero por momentos parece que el Sombrerero de mister Depp, secundario en los relatos originales, creció argumentalmente para lucimiento del actor que lo interpreta (después de todo es el actor fetiche de Burton), con todo y un extravagante bailecito. No creo que todo sea culpa del director. Nos encontramos frente al producto de un estudio dispuesto a hacer todo tipo de concesiones en favor del éxito en taquilla, cosa que consiguió contundentemente. Irónico es que Walt Disney ya haya producido una versión animada del relato (Clyde Geronimi, 1951) que, según recuerdo, capturaba el onirismo y transmite al espectador la angustia del texto original. Lo decepcionante es que el señor Burton haya cedido a esta exigencia, más cuando tiene una reputación sólida y se encuentra en posición de imponer su visión creativa. Sobre todo porque el auténtico lector de Carroll, entre los que se encuentra el mismo Burton, aprecia el absurdo que caracteriza los libros, sus diálogos y situaciones sin sentido que son, como señaló André Bretón, cimientos del surrealismo y un auténtico festín para el psicoanálisis. En las obras originales, críticas claras a la razón y el rigor académico que dominaba el periodo victoriano, Lewis Carroll reflexionaba sobre los temores del niño en su transición a la pubertad, ese momento donde su persona aún no está definida, con sus incontables cambios corporales y anímicos. Ahora la Alicia Kingsleigh de Burton es una joven casadera que se reusa a abandonar la placidez de la juventud, con el temor implícito al inicio de la vida sexual, la sumisión a una figura masculina y la pérdida de su individualidad. El desenlace es el triunfo sobre los esquemas socialmente establecidos, donde aún hay lugar para lo maravilloso. Eso sin duda es lo más burtoniano de la cinta.
Terminaré diciendo que la película me gustó pero no me maravilló. Es difícil, pero debemos aceptar que al mejor cazador se le va la Liebre de Marzo.

jueves, 15 de abril de 2010

Plantón extraterrestre

Una vindicación necesaria, por aquello que dije que de Latinoamérica sólo les interesaba Brasil a los alienígenos por ser la futura sede de los juegos olímpicos. El martes pasado vi, en la flamante serie “V”, una nave extraterrestre posada sobre la bandera monumental en el Zócalo de la Ciudad de México. Hubiera sido divertido que fuera sobre el Museo Nómada, la pista de hielo o una manifestación de esas que ya forman parte del céntrico escenario. Lo irónico es que en la plancha del primer cuadro no había tanta gente como la que reúne Andrés Manuel López Obrador. Debe estar orgulloso por superar en poder de convocatoria a los lagartos de las estrellas.

miércoles, 14 de abril de 2010

Paulette, los medios, el imaginario colectivo y la asignación de culpas

Hablemos ahora de un horror más tangible, el que vemos cotidianamente. Miles de niños son terriblemente asesinados cada año en México, pero pocos casos llegan a la prensa y capturan la atención de la sociedad como el que inspira estas líneas. La desaparición y muerte no aclarada de Paulette Gebara Farah tiene todos los elementos para alimentar la curiosidad –o morbo- de la gente y despertar la voracidad de los medios de comunicación. Es un drama estelarizado por una hermosa pequeña –doblemente frágil por su edad y discapacidad física-, una madre cuya congoja no deja de despertar sospechas, un matrimonio fragmentado, dos inocentes niñeras, amistades misteriosas, rencillas familiares –como en una de las obras más famosas de William Shakespeare- y supuestas infidelidades conyugales, todo en un lujoso escenario al que el mortal promedio no puede aspirar. Es un festín noticioso nutrido, en primera instancia, por la solidaridad y vocación de servicio social de muchos comunicadores. Posteriormente se erigió en un espectáculo, muy similar a un reality show, que acapara amplios espacios noticiosos e incluso es tema de los programas de espectáculos. Familias completas se reunieron frente a la televisión para ver la entrevista –en partes, como los viejos seriales radiofónicos- que Adela Micha hizo a Lissette Farah, madre de Paulette. El sábado pasado, una cena con un grupo de amigos giró en torno al tema y nos llevó incluso a ver las repeticiones de la noticia gracias a las ventajas de la televisión de paga, todo en medio de ensalada, pasta y un delicioso postre. Mucho se ha cuestionado sobre el actuar de las autoridades y el papel que los medios juegan en la asignación de culpas. Recientemente platiqué de ello con Irma Gallo, miembro del equipo de producción del noticiero de canal 22. Los medios tienen un compromiso social, es cierto, pero no olvidemos que también son un negocio. Y el caso Paulette ha demostrado ser uno muy redituable. Dejemos a un lado, por un momento, la desconfianza natural –a veces penosamente ganada a pulso- que tenemos de nuestras instituciones. La gente no puede apartar de su sentir la ausencia de llanto en la madre de la niña muerta como indicador de responsabilidad o la opinión de una psicóloga que califica a Lissette de “inteligente, fría y desapegada”. La colectividad ha fundado su fallo anticipado de culpabilidad en la divulgación mediática de informaciones oficiales emitidas anticipada e irresponsablemente. Y podemos comprender –no justificar ni avalar- la prisa de las autoridades en esclarecer el hecho: no olvidemos que ocurrió en el estado que gobierna el potencial futuro presidente del país. Los medios tienen el deber de informar pero, como sabiamente advirtió Ben Parker a su sobrino Peter, “todo gran poder implica una gran responsabilidad”. El modo en que nos presentan la información debe ser lo suficientemente objetivo para que nos formemos un juicio justo y libre de apasionamientos. Para finalizar debemos reconocer que a todos nos gusta elaborar teorías de conspiración; es un pasatiempo tan arraigado como ver el fútbol o las telenovelas. Y todos tenemos un investigador interno, sea porque hemos visto todas las temporadas de la franquicia CSI, o porque no nos perdemos Detectives médicos, La ley y el orden, Índice de maldad, Miénteme y Mentes criminales. No olvidemos que, ante la ley, todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Esperemos la conclusión del caso, que evidentemente no gustará a todos y acrecentará las suspicacias: al paso de las horas se fortalece la teoría de un accidente y crece la sospecha de las hermanas Casimiro, niñeras de Paulette. Por lo pronto recordemos la máxima que enunció Rafael Moreno: “la regla es no precipitarse”.
No dejen de escuchar el episodio de Testigos del Crimen dedicado a la muerte de Paulette.

lunes, 12 de abril de 2010

¿A dónde vas, vampiro?

El pasado domingo 7 de marzo, antes que los medios canibalizaran el caso Paulette, el semanario Día Siete publicó este ensayo del escritor y divulgador de la cultura Julio Patán. En él reflexiona sobre el camino del vampiro, personaje tan recurrente de este blog. Helo aquí para su consideración. Podrán reconocer títulos y personajes recurrentes.

La vejez y los vampiros
Julio Patán

El hombre lobo tiene al menos una virtud, la de la incorrección política. En tiempos del calentamiento global y –peor todavía- Avatar es la única criatura que se atreve a recordarnos que la naturaleza no es dulce, armónica y ñoñamente humana, sino incómoda, aguerrida y amoral. Esa cualidad, si no otra, es bien visible en la reciente adaptación de Joe Johnston, la de Anthony Hopkins y Benicio del Toro.
El vampiro, en cambio, clama por la jubilación. Ya se que los críticos se me van a tirar a la yugular, con eso de que los mitos no nacen ni mueren, sólo se transforman, o con aquello de que los gringos están descerebrados, pero hay una película sueca brillantísima (no la vi, pero el escritor Alberto Chimal la recomienda y le creo). El hecho es que, al margen de estos cantos del cisne escandinavo, con los vampiros lo que se percibe es desesperación por exprimir unos millones más a los agotados hijos de la noche. La prueba es que a últimas fechas se han convertido en iconos adolescentes, y ya se sabe que donde empieza la adolescencia, con la inevitable trivialidad de sus conflictos, termina la civilización.
La decadencia de Drácula y sus herederos es larga. Sobre el entendido de que los tradicionales aristócratas de los infiernos –ya se sabe: pálidos, con acento británico, anémicos- tienen poco que comunicar a la época proletaria-burguesa que nos tocó en suerte, hecha de jeans y comida chatarra, con La danza de los vampiros, de 1967; Joel Schumacher en delincuentes juveniles, con Los muchachos perdidos, de 1987 (a Kiefer Sutherland aún no se le botaba la panza); el irlandés Neil Jordan, otras veces talentoso –véanse En compañía de lobos, ya que hablamos de licantropía y naturaleza-, en una aburrida cuadrilla de drag Queens ultrarrefinados, esto en la famosa Entrevista con el vampiro, de 1994; y Stephen Norrington, con Blade, en una suerte de modelos de ropa interior que están provistos de colmillos, son aficionados a raves donde ofrecen hemoglobina en vez de tachas –la peli es de 1998- y se ven perseguidos por Wesley Snipes, un mestizo de humano y vampiro al que, más terrenalmente, sólo pudo derrotar el fisco, por sus veleidades evasoras.
¿Qué nos queda? O vampiros de a pie que estudian high scholl entre amores atormentados perspectivas de bullying y comida chatarrra, según la versión de Stephanie Meyer, es decir ¡una mormona!, o ver a Megan Fox con un hilito de sangre en la comisura y un vestido de porrista. Y esto, de plano, arde. Arde menos por la mueca de vació de la Fox, irritante como es, que por el hecho de verte sorprendido porque ni su minifalda ni su gesto de calentura, no digamos el hilito de sangre, son capaces de moverte las hormonas. Lo cual, evidentemente, significa que has envejecido como el vampiro.

jueves, 8 de abril de 2010

Invasiones actualizadas

Un signo inequívoco de vejez es cuando comienzas a ver reelaboraciones (o remakes) de las películas o series de televisión que viste y disfrutaste en tu infancia.
Así me sentí con “V”, serie homónima de la que conocimos en 1983 (escrita por Kenneth Johnson) bajo el título de “Invasión extraterrestre”, estrenada hace unos días en la televisión de paga.
Debo decir que si bien su inicio no me maravilló –en gran medida por la enorme cantidad de obras sobre encuentros con civilizaciones alienígenas, desde El día que la Tierra se detuvo, hasta el Día de la Independencia y Sector 9- no fue para nada decepcionante. La cosa fue así: alrededor del planeta (Tierra), 29 naves extraterrestres se posan sobre sus principales ciudades (en Latinoamérica sólo en Brasil, seguramente por ser sede de los futuros Juegos Olímpicos). El terror cunde inmediatamente. Las bases de las naves se convierten en poderosas pantallas que emiten el mensaje de paz de Anna (la actriz brasileña Morena Baccarin), líder de la incursión forastera, representante de una raza feliz por haber encontrado vida inteligente (¿nosotros, los que estamos destruyendo el mundo?). Pronto el acercamiento detona un aumento en la asistencia de los fieles a las iglesias, motivado si duda por el miedo a lo desconocido, tan ancestral en el hombre. Los “visitantes” ofrecen tecnología y bienestar a sus anfitriones, con un plan de salud que supera con creces al del presidente Obama. Pronto los beneficiados pasan de la devoción al fanatismo, movidos los más jóvenes por la belleza física de los visitantes, herramienta no advertida de seducción, y por la propaganda que éstos realizan. Al final descubrimos que tras el rostro bondadoso de los extraterrestres no sólo se oculta una agenda secreta, sino una verde piel escamosa y ojos de reptil. Un minúsculo grupo de personas, la resistencia, se erigen como el último bastión de una humanidad en peligro. Entre sus miembros destacan un joven sacerdote (Joel Gretsch), un infiltrado (Morris Chestnut) y una madre agente del FBI (Elizabeth Mitchell).
Hay muchos aspectos que los aficionados a la ciencia ficción aplaudirán: el uso de efectos especiales de última generación (ya no tan raros en la televisión contemporánea), los avances de maquillaje (ahora la piel humana de los lagartos no parece de caucho barato) y que Anna no usa el cabello como Amanda Miguel y su predecesora Diana (Jane Badler). Ahora los alienígenos tienen una vestimenta más bien inorgánica, similar a la de ejecutivos malvados, muy distantes de la parafernalia militar que buscaba emular a la de la Alemania nazi en la serie original. Y eso tiene sentido. Es más fácil digerir una ocupación si las fuerzas invasoras visten como civiles y no como guerreros. Pregunten cuán agresivo es, a la vista, un uniforme y un arma en las regiones donde el ejército realiza labores de patrullaje. Y ya en la parte argumental, la serie nos presentó en un solo capítulo un planteamiento que tardamos varios episodios en conocer en su versión original. Eso es un acierto, pues una vez dispuesto un escenario tan familiar (por nuestra formación como devoradores de este tipo de historias) el relato puede correr libremente, sin desperdiciar tiempo en contarnos cosas que ya conocemos porque vimos la serie cuando niños o porque nos enteramos de ello meses atrás en los avances.
Veamos si “V” es capaz de mantener nuestro interés.
Como si no tuviéramos ya demasiadas series para ver…

miércoles, 7 de abril de 2010

Feliz (y atrasado) día de los locos

Es hora de abandonar la idílica semana vacacional e instalarnos en la canalla cotidiana, con los insultantes tiempos de transporte de las grandes urbes, los titulares manchados de sangre, la escasez de agua y los inminentes seguindos pisos. El horror de la vida real.
El pasado primero de abril, enmascarado por las fiestas sacras, se celebró un día más del muy estadounidense “April Fool´s Day”, símil de nuestro Día de los Inocentes, fecha en que suelen gastarse todo tipo de bromas y conocida por algunos autores como el “Día de los locos”.
La ocasión es atractiva porque fue el día que eligieron el escritor norteamericano Grant Morrison y el talentoso ilustrador Dave McKean (mejor conocido por sus cubiertas para la serie “Sandman”) para ambientar su celebrada novela gráfica “Arkham Asylum, a serious house on serious Earth” (1989). La publicación, sin duda beneficiada por la muy reconocida película de Tim Burton, tuvo un éxito sin precedentes. Es un estudio de los mayores traumas de Batman, presentado por los autores como una construcción simbólica, vaga y sombría, y una poderosamente macabra reinterpretación de los personajes clásicos de la historieta. Esta es la trama: en un primero de abril, el Guasón lidera un motín en el conocido manicomio y obliga a Batman a adentrarse en él con la amenaza de sacar un ojo a una joven rehén. De forma paralela descubrimos la tortuosa historia del fundador de la institución, Amadeus Arkham, su descenso a la locura y su intento por contenerla.
Tal vez el elemento más atractivo de la historia es el Guasón, que sin duda da miedo. Según testimonios de personas cercanas, fue una de las inspiraciones que el desventurado Heath Ledger utilizó para construir su papel de “Batman, el caballero de la noche”.
Sin duda es una novela gráfica que debe estar en el librero de todo diletante de lo truculento.

viernes, 2 de abril de 2010

Un rostro más del horror

Antes de iniciar, una aclaración: no pretendo insultar sus creencias ni herir susceptibilidades.
El verdadero horror, según Clive Barker, se encuentra sangrante en un altar por la redención de nuestros pecados. Cuando era niño, siempre me impresionó la imagen crucificada de Jesucristo, con su expresión agonizante y esos enormes clavos en sus manos y pies. Lo mismo le sucedió a John George Haig, el popular asesino serial británico conocido como “El vampiro de Londres”. Haig confesó antes de acudir a la horca en 1949, “de noche, en la cama, cerraba los ojos y volvía a ver el Cristo torturado sobre la cruz. Miraba el crucifijo en la iglesia, y a veces veía la cabeza coronada de espinas, a veces el cuerpo entero de Cristo, de cuyas heridas brotaba copiosamente la sangre. Me sentía horrorizado”. En tiempos recientes, el actor y cineasta australiano Mel Gibson nos brindó su visión de los hechos que culminaron en la muerte del Mesías en “La Pasión” (Italia-Estados Unidos, 2004), cinta que inauguraría un subgénero del cine de horror que podríamos llamar “biblical gore”. Y es que la crucifixión, suplicio que se remonta hasta las culturas egipcia y hebrea, buscaba no sólo la profanación del cuerpo y eventual muerte del condenado, sino su humillación definitiva, el total envilecimiento. “En Roma, en Grecia, pero también en Oriente, el condenado a muerte, previamente azotado, debía cargar la cruz hasta el lugar de su ejecución”, nos recuerda Martin Monestier en su libro “Penas de muerte” (Planeta, 1994). “O, más exactamente, estaba obligado a cargar el patibulum; es decir, el larguero superior de la cruz, pues el larguero vertical, el poste, estaba ya plantado a la llegada del condenado y de los verdugos […] En el lugar del suplicio, el condenado era atado al instrumento de muerte mediante cuerdas, y por lo general con clavos […] En los casos en que era clavado, se obraba de la misma manera, clavándole previamente las manos al ajusticiado sobre el patibulum y, una vez que estaba suspendido, se le clavaban los pies […] Los clavos nunca se clavaban en el hueco de la mano, pues el peso el cuerpo habría podido desgarrar la palma y liberar el miembro. Siempre se fijaba a las muñecas, a partir de dos procedimientos. Si el verdugo tenía alguna experiencia, hundía el largo clavo a través de un estrecho espacio rodeado de huesos, llamado el espacio de Destrot por los anatomistas modernos. La punta ensanchaba este espacio sin romper nada, a no ser que el nervio mediano resultara seccionado, lo que tenía como efecto crispar el pulgar hacia el hueco de la mano. Si el verdugo era menos hábil, se conformaba con hundir el clavo en la muñeca, entre el radio y el cúbito. Pero en los dos casos, la ligadura se revelaba sumamente resistente. En cuanto a los pies, éstos se clavaban según diferentes maneras, Podían serlo uno junto al otro, cada uno fijado por su clavo, o superpuesto uno a otro, o incluso con las piernas separadas como en las crucifixiones cuadrangulares”.
Doloroso en extremo, sin duda. Ejemplo claro del ingenio del hombre para infligir dolor y humillación al otro, pero también de su incapacidad para convivir con las creencias que se oponen a las suyas. ¿Les suena conocido?