viernes, 27 de julio de 2012

Trágico desenlace


Desde la noche del lunes reúno fuerzas para escribir estas líneas. Ese día acudí, entusiasmado, al Auditorio Nacional para ver una película que esperé desde la tarde del 18 de julio de 2008. Como es bien sabido, soy un gran aficionado de Batman. Mi naturaleza está notablemente influida por su figura, valores y significados simbólicos. Contra el pensamiento de muchas personas, lo estudié profusamente en mi tesis de Licenciatura. Si mi opinión puede parecer extrema –severa- es porque tiene raíces en esa entrega y en el espléndido cuerpo de la obra de Christopher Nolan, con los maravillosos guiones que coescribió con su hermano Jonathan Nolan. Esa colaboración desprendió estupendas cintas como El gran truco (2006) y El origen (2010). La mayor parte de mi desencanto proviene de las altas expectativas que me cree desde los últimos momentos de Batman: El Caballero de la Noche (2008), una película de nivel difícil de emular y superar. “El problema es que esa es ya un clásico inalcanzable”, trató de confortarme mi amigo Rafael Aviña. Y la opinión de Miguel Cane lo complementó: “Por lo tanto, la pregunta es, ¿conseguirá El Caballero de la Noche Asciende satisfacer esta sed de perfección y mito? Y la respuesta es que semejante cosa no es posible. Y no porque la cinta no sea de calidad, que lo es, es simplemente que a estas alturas del poema, resulta imposible dar gusto a nadie. Habrá quienes la amen, habrán quienes la vilipendien, quienes se queden estupefactos, quienes se conmuevan hasta lo más hondo y no faltará quienes le encuentren defectos a todo. Es el precio de ser un filme tan anticipado, si bien está más allá del bien y del mal; no importa lo que se diga de ella, su leyenda la precede”.
La trama de Batman: El Caballero de la Noche asciende (2012) puede resumirse así: han pasado 8 años desde la última aventura. La muerte del paladín convertido en villano Harvey Dent (Aaron Eckhart) inició una nueva era de paz y esperanza en Ciudad Gótica. Batman, tras asumir la responsabilidad del hecho, ha desaparecido y Bruce Wayne (Christian Bale) se ha autoexiliado, con las facturas que le cobró sus alma y  cuerpo, en su mansión ancestral. Pero eventos que inician con la llegada de un nuevo mal (Bane, interpretado por Tom Hardy) y la aparición de una sensual ladrona (Selina Kyle/Gatúbela, encarnada afortunadamente por Ane Hathaway) lo obligan a salir de su retiro.
Lo que sigue es una historia confeccionada para atraer a los grades públicos a la sala de cine, enmarcada por una ambiciosa campaña publicitaria y los trágicos eventos ocurridos el día de su estreno en esa sala de cine de Aurora, Colorado.  El guión es extremadamente largo y contiene elementos que contradicen por momentos el realismo que los Nolan impusieron, que es el triunfo de la saga –no abundo en ellos para no vender la historia-. Lo peor, cede en momentos cruciales a sentimentalismos que no empatan con la esencia del héroe y que se deben a convenciones hollywoodenses –tampoco los mencionaré por el momento, pese a que me disgustaran tanto-. Si las cintas previas tuvieron una notable influencia en novelas gráficas como Batman: Año Uno de Frank Miller, en la serie de cómics Batman: The long Halloween y en La broma mortal de Alan Moore, esperaba –deseaba- que esta aventura tuviera como modelo a The Dark Knight returns, también de Miller. Sobre todo que se apegara más a los ritos de paso que debe seguir el viaje del héroe tal y como los planteó Joseph Campbell en su texto canónico El héroe de las mil caras (Fondo de Cultura Económica, 1980). ”El último acto de la biografía del héroe es el de su muerte o partida. Aquí se sintetiza todo el sentido de la vida”.
Insisto, no es una mala película –brilla por su insuperable reparto de apoyo, la fotografía de Wally Pfister y la briosa partitura de Hans Zimmer-, pero dista de encontrarse al nivel de sus predecesoras. Como sucedió a otra notable trilogía, la comenzada por Francis Ford Coppola en El Padrino (1972), la conclusión de Nolan es la menor de todas, pese a su espectacularidad.

Desde su creación en 1939, Batman ha demostrado tener vidas inagotables. Como una de ellas –la cinematográfica- es un fenómeno cíclico y comercial, estoy seguro que volveré a verlo en las salas de cine en 20 años. Yo seré entonces un sabio señor de 60. Mi héroe seguirá como hoy, incorruptible, imperecedero. Ese es tal vez el aspecto que mejor retrató Cristhopher Nolan. Logró convertirlo en algo más que un personaje de ficción. En una leyenda.
   

lunes, 23 de julio de 2012

Final de altura


Sigo abatido tras leer detalles de las víctimas de la hoy bautizada como La masacre de Aurora. Al menos dos de ellas, Jon Blunk y Matt McQuinn, perecieron como héroes. Dieron sus vidas a cambio de las de sus amadas. Hace unos momentos la Policía de Denver presentó ante los medios de comunicación a su verdugo, James Holmes, un joven con la mirada extraviada y el cabello teñido de color naranja. La aparición del agresor nos recuerda tragedias similares y despierta el viejo debate sobre la validez de la pena de muerte. Los estatutos pueden hacerlo un candidato ideal para la sanción, pero una vida en reclusión sería un castigo justo, si acaso alguna medida puede considerarse así ante un hecho tan devastador. El juicio de Holmes comenzará la siguiente semana, así que el circo legal y mediático apenas está por comenzar. Mientras tanto, reproduzco la opinión autorizada de mi amigo Rafael Aviña –quien ya vio la película, para envidia de muchos-, publicada en la sección Primera fila del periódico Reforma y que apareció al mismo tiempo que los medios daban cuenta de la tragedia por la que será recordada la película, el viernes 20 de julo pasado. Y es que James Holmes no sólo arruinó la vida de docenas de personas, sino manchó por siempre el aura que rodeaba el acontecimiento que muchos hemos esperado por casi 4 años. Y eso, en el enorme orden de las cosas, es lo de menos. 
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Final de altura
Rafael Aviña
Cineasta atípico y portentoso, Christopher Nolan es uno de esos casos extraños que consiguen combinar arte y espectáculo a niveles poderosos.
Sus temas son siempre los mismos: sentimiento de culpa, obsesión de personajes que se mueven entre la luz y la sombra, ambigüedad de la justicia y el miedo como motor.
Nadie mejor para hacerse cargo de una figura de patología compleja y obcecación como Batman, en gran protagonista de DC Comics creado por Bob Kane.
Y con Batman: El Caballero de la Noche asciende (EU-Gran Bretaña, 2012) cumple lñas expectativas al clausurar la excepcional trilogía heroica de Ciudad Gótica.
Más allá de su posición como evidente mega-blockbuster, se encuentra el trabajo de Nolan y sus coguionistas, responsables de una saga de pavor criminal donde la frontera entre el crimen y la legalidad ha perdido toda razón de ser.
Batman: El Caballero de la Noche asciende no es tanto una oscura continuación de la película anterior, por el contrario, se conecta de manera directa con la primera, Batman inicia (2005), para mostrar la ascensión del héroe: sus traumas, su lado violento y su reconversión espiritual en una cárcel/cueva donde aprenderá a diferenciar entre justicia y venganza.
Desde la impáctate secuencia inicial: la captura del avión en pleno vuelo, se establece el tono de caos y vértigo que permea el relato de 164 minutos de acción constante, al que le siguen momentos espectaculares como la secuencia del estadio, o el asalto a la casa de bolsa donde reaparece Batman, a quien se culpa de la muerte del fiscal Harvey Dent.
Y es que Bruce Wayne ha vivido oculto y alejado de la sociedad, sin embargo se ve obligado a regresar con la aparición de una hermosa ladrona fascinada por las armas de fuego: Gatúbela, que pone el toque sensual y los diálogos más corrosivos. Pero sobre todo por la presencia de Bane, que ha creado un ejército clandestino y transformado una poderosa fuente de energía en una bomba nuclear.
En oposición a su predecesora, se trata de una épica-espectáculo que intenta suplir la carencia de un magistral villano sicópata y carismático como lo era el Guasón. Bane, en cambio, es una máquina de muerte, un brutal torturador sin personalidad, eso sí, muy superior al mantecoso Bane de Batman y Robin (Joel Schumacher, 1997) y su ciudad Gótica convertida en Disneylandia.

Horror en toda su magnitud


Escribo estas líneas con sentimientos encontrados. Acudimos al cine para maravillarnos.  Algunas películas están ligadas indeleblemente a los mejores momentos de nuestras vidas. Al apagarse la luz en la sala y comenzar la magia, no sólo recuperamos la infancia por un instante, también nos distraemos de la angustiante realidad. Pero las personas que asistieron con ilusión la madrugada del pasado 20 de julio al estreno de Batman. El Caballero de la Noche asciende (Christopher Nolan, 2012) a ese cine en Aurora, Colorado, experimentaron el horror en toda su magnitud. Mucho se dice que el probable responsable, James Holmes, un joven de 24 años que postulaba por un Doctorado en Neurociencias, cometió la masacre inspirado por el más popular enemigo del héroe. “Yo soy el Guasón”, alegan dijo al ser detenido. También se habla de paralelos con las correrías del personaje en el cómic, sobre todo con The Dark Knight retuns (1985) de Frank Miller. Y ello sería erróneo, pues en el relato el Guasón –supuestamente redimido por la psiquiatría moderna- asesina con su popular gas de la risa a los asistentes de un talk show nocturno. Ciertos medios no dejan de recalcar que el hecho ocurrió a sólo 35 kilómetros de la tristemente célebre Escuela Preparatoria de Columbine. Y regresado al agresor, es irónico que comparta apellido con otro paladín de la justicia.
Pero lo realmente importante: las víctimas mortales fueron hijos de alguien. Hermanos de alguien. Esposos de alguien. Padres de alguien. Eso aumenta la tragedia, porque las bajas no son las únicas víctimas. El Presidente de Estados Unidos Barak Obama, a diferencia de otros mandatarios, viajó ayer a la ciudad de Aurora para brindar apoyo los afectados. Como les dijo, “todos estamos en lágrimas”.

A la memoria de
Alex Sullivan, que celebraba su cumpleaños 27.
John Larimer, miembro de 27 años de la marina estadounidense.
Jessica Ghawi, cronista deportiva de 24 años, quien recientemente sobrevivió un tiroteo en un centro comercial de Toronto.
Micayla Medek, joven de 23 años.
Jon Blunk, un joven de 26 años que sirvió de escudo a su novia, Jansen Young.
Alex Teves, de 24 años, quien recientemente había obtenido un grado de Maestría.
Alexander "AJ" Boik, de 18 años, quien recientemente se había graduado de la preparatoria.
Gordon Cowden, de 51 años y padre de dos.
Rebecca Wingo, de 32 años.
Matt McQuinn, de 27 años, quien protegía a su novia, Samantha Yowler.
Veronica Moser-Sullivan, una niña de 6 años, cuya madre Ashley Moser se encuentra en condición crítica.
Jesse Childress, sargento de 29 años de la Fuerza Aérea Estadounidense. 

lunes, 16 de julio de 2012

Aventuras para el Hombre Araña


Se encuentra actualmente en cartelera El sorprendente Hombre Araña (Marc Webb, 2012), cinta que, según los avances que he visto, es un alarde tecnológico. Ese es un aspecto que me repele, más porque en la mayoría de los cines se exhibe en 3D, técnica que -como saben- anatemizo. El otro es que la imagen de Andrew Garfield como Peter Parker se aleja notablemente de la intención que Stan Lee y Steve Ditko dieron al personaje en los años sesenta y que Tobey McGuire captó muy bien en la saga dirigida por Sam Raimi. Podría decirse que el nuevo Spiderman es un héroe para esta generación. Como dije la película no me atrae, pero la veré inevitablemente para poder criticarla como se merece. Mientras eso sucede -porque mi atención la acapara el próximo ascenso de Batman- reproduzco el estracto que el periódico La Jornada publicó el 9 de agosto de 2003 del estupendo libro de ensayos Del monstruo considerado como una de las bellas artes (Paidós, 2006) de mi querido amigo Vicente Quirarte, uno de los más grandes admiradores del arácnido que conozco.
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Aventuras para el Hombre Araña
Vicente Quirarte


El primer enemigo del Hombre Araña fue mi padre. Ambos fueron los mejores amigos de mi infancia. No teníamos televisión pero sí muchos libros. Después sabríamos que esos objetos impresos y sin imágenes contenían potencialmente más aventuras que las salidas del aparato congregador de nuestros envidiables, afortunados vecinos, en cuya casa buscábamos refugio. Debido a que mi padre anatematizaba tanto la televisión como los dibujos animados en revistas, la prohibición nos condujo a la pasión. Su trabajo, como historiador, consistía en descifrar y desmitificar la vida de los héroes. Sus hijos nos afanábamos en explorar y mitificar las vidas ejemplares de los superhéroes. Mi padre intentaba convencernos -y a veces tenía éxito- de la resistencia de José María Iglesias, la abnegación de Santos Degollado, las desventuras de la familia Juárez. Pero a nosotros nos decían más los naufragios y comentarios de un adolescente transformado por una araña radiactiva o a las dudas existenciales del abogado ciego que decide convertirse en paladín de otra clase de justicia.
Nacieron con mi infancia y no pasaba un mes sin que surgiera un superhéroe con nuevos y sorprendentes poderes. El escenario era una ciudad reconocible, Nueva York, lo cual contribuía a la verosimilitud de las historias que modificaban la rutina de mi diario camino a la escuela. En el primer número de Diabólico (Daredevil), el nuevo paladín hace su debut con un recorrido por encima de las calles neoyorkinas. Dos comunes mortales lo descubren y el primero dice: "¿Qué es eso? Ah, otro superhéroe", a lo cual su acompañante responde: ''En esta ciudad no puedes dar la vuelta sin tropezarte con uno de ellos''. Sobrevivíamos la semana sólo gracias a la ilusión del siguiente capítulo. Al mismo tiempo, la emergencia de cada villano era un examen al cual los lectores sometíamos a los creadores de la historia. Cuando era un acierto, el resultado se aproximaba a la hipérbole del gastrónomo Anthelme Brillat-Savarin cuando afirmaba que el descubrimiento de un nuevo platillo era tan importante como el descubrimiento de un nuevo planeta.
[...]¿Qué hace tan intenso e inolvidable al Hombre Araña? ¿Qué lo distingue del resto de los héroes supervivientes y necesarios en un mundo de canallas? Todos hemos querido ser Supermán, pero todos hemos sido el Hombre Araña. Aunque la muerte física del primero echó por tierra el mito de la inmortalidad, el estudiante y periodista gráfico Peter Parker tiene sobre Clark Kent una superioridad emotiva que lo convierte en el último de los románticos y en el primero de los héroes enmascarados. Una imagen frecuente en sus aventuras es la meditación en la azotea -ese lugar tan alejado de los hombre como cercano al cielo-, en la contemplación de la capital del mundo globalizado. Lleva, como Supermán, los colores del imperio, pero no es un vasallo del imperio.
Quien alguna época de su vida haya sido el Hombre Araña conoce la grandeza de la tortura y las delicias de la victoria. Batman tiene escudero, mayordomo y fortuna económica que lo curen de los fracasos parciales; Supermán tiene su retiro en el Polo Norte, donde recuerda su planeta natal y puede vivir en el mejor de los mundos imposibles. El Araña está soberbiamente solo, como un adolescente. Sobre sus ilustres antecesores, Peter Parker tiene dos ventajas: el sentido del humor y la pobreza. Lo que podría hacer en su personalidad de araña -robar una casa, entrar en un banco- contradice la ética de su parte luminosa. Al igual que Babette, Parker puede afirmar, con mayor justicia que nadie: no hay héroe pobre. Como respuesta a la pregunta retórica que formulé antes, dejemos la palabra a Stan Lee, el padre de los héroes -dioses y monstruos- que forjaron nuestra primera y definitiva educación: ''Creo que Spidey ha dejado una huella tan duradera porque quizá sea el superhéroe más humano de todos. Nunca tiene suficiente dinero, siempre lo acucian los problemas personales y no se puede decir precisamente que el mundo aplauda sus acciones... En suma, se parece mucho a ustedes y a mí".

viernes, 13 de julio de 2012

Tenemos que hablar de “Tenemos que hablar de Kevin”


Este es un tema que debí tratar con Guadalupe Gutiérrez en el extinto Testigos del Crimen.
La cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría o DSM-IV (cuyas siglas en inglés refieren al Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) habla, entre muchos, de trastornos que tienen su origen en la infancia, la niñez o la adolescencia, como los ocasionados por déficit de atención y comportamiento perturbador, que comprenden alteraciones de la conducta cuyas características son la desadaptación por impulsividad o hiperactividad, afectaciones del comportamiento (violación de derechos de otros, hostilidad, conducta desafiante). Todos son antecedentes claros del Trastorno antisocial de la personalidad, también conocido como sociopatía. Y aunque el documento prohíbe diagnosticarlo en menores (se recomienda detectarlo a partir de los 18 años), la historia documenta casos que contravienen esta premisa. Los niños también matan. Esto puede remitirnos al añejo debate si la maldad puede heredarse o sólo es un constructo de factores bio-psico-sociales. Los hechos son escalofriantes y hablan por sí solos.
Pensar en esto fue oportuno, inevitable, el otro día que vi un gran pendiente: la película Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, Lynne Ramsay, 2011), la cual me comprueba que no es necesario recurrir a un fantasma o un vampiro para producir horror. En un gran flashback conocemos la trágica historia de Eva Katchadourian (Tilda Swinton), otrora brillante escritora de viajes y mujer cuya vida parece marcada por el color rojo (de la tradicional Tomatina valenciana a las manchas de la deshonra en su nueva casa). Ella y su eventual esposo Frank (John C. Reilly) son pronto “bendecidos” con un pequeño vástago, Kevin (Jasper Newell de niño, Ezra Miller de adolescente) quien desde sus primeros años tiene una conducta poco común –solapada por su padre- que rebasa peligrosamente los arranques propios de su edad y desencadenan en una masacre semejante a la cometida por Eric Harris y Dylan Klebold en la Escuela Preparatoria Columbine el 20 de abril de 1999. Eva vive –si a eso se llama vivir- en un entorno suburbano que la estigmatizó, está consumida por el alcohol, los antidepresivos y el remordimiento. No obstante la fuente de sus penas le da la única esperanza para seguir adelante.
La cinta me remite a una joya poco conocida, La mala semilla (Mervyn Le Roy, 1956), basada a su vez en la adaptación teatral de Maxwell Anderson a la novela de William March, donde la inocente Rhoda (Patty McCormack, interpretada en los escenarios nacionales por Angélica María) comete todo tipo de atrocidades que dejan en manifiesto que nació la maldad está en sus genes. O al episodio “Consciencia” de la sexta temporada de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales, donde el pequeño Jake O´Hara (Jordan Garrett) asesina a su condiscípulo, hijo de un prominente psiquiatra (Kyle MacLachlan). El profesional pronto cae en cuenta de su naturaleza. “Es un sociópata”. Acto seguido, toma el arma de un policía y dispara al menor. Tras ser enjuiciado y exonerado por el homicidio, el médico admite que lo mató con plena consciencia. “La diferencia es que él volvería a hacerlo. Yo no”.
Por lo anterior remato con una sugerencia: sean generosos cuando sus vecinitos les pidan “calaverita” el siguiente Día de Muertos.

martes, 3 de julio de 2012

Feliz cumpleaños, Maestro Kafka


































"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto". -La metamorfosis. Franz Kafka.

lunes, 2 de julio de 2012

Más sombras


Para iniciar el mes, en medio de un panorama desalentador, hablemos de vampiros menos peligrosos que los de la vida real. Hace dos semanas se estrenó Sombras tenebrosas (Tim Burton, 2012). En muchos espacios he dicho que cumplió mis expectativas, que no es lo mejor del cineasta pero supera sus descalabros previos. Sólo me falta reproducir la opinión autorizada de Ernesto Diezmartínez, publicada en el diario Reforma en su sección Primera fila del viernes 22 de junio de 2012.
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Burton se pone sangrón
Ernesto Diezmartínez

La cosecha de freaks nunca se acaba: un vampiro resucitado que no se halla en los Estados Unidos de los años 70, una jovencita enviada a un manicomio porque habla con fantasmas, un niño que ve continuamente a su mamá muerta, una adolescente rebelde –usted disculpará el pleonasmo- que esconde un secreto, una bruja devota de su inagotable objeto de amor/odio eterno…
Claro, tratándose de una película de Tim Burton, toda esta galería de outsiders es apenas natural. Sombras tenebrosas (Dark Shadows, EU, 2012), el más reciente largometraje del director de Ed Wood (1994), reafirma la idea de que Mr. Burton no puede (o no sabe o no quiere) hacer otra cosa que lo que ha hecho siempre. Y a ratos le sigue saliendo bien, hasta eso.
Basada en una serie de televisión homónima que se produjo de 1966 a 1971 –y que por fortuna no conozco, pues los admiradores de la teleserie han aborrecido este filme-, he aquí que el vampiro Barnabas Collins (Johnny DEpp, ¿quién más?) reaparece en el pueblo costero de Collinsport, Maine, después de 200 años de estar encerrado y encadenado dentro de un ataúd.
La época en la que despierta Collins es 1972 y el desconcertado vampiro del siglo 18 encuentra que el emporio de su familia ya no existe, que sus descendientes están empobrecidos, que su archirrival Angelique (desatada Eva Green)sigue viva, que en EU hay greñudos por todos lados, que existen objetos extraños llamados televisores y que “una mujer muy fea” llamada Alice Cooper (él mismo en cameo) es cantante.
Burton se mueve con una gran soltura entre el horror camp y la parodia setentera, aunque termina en un tono acaso demasiado serio, con un desenlace que es digno de un melodrama de amor gótico-fantasmal.
En todo caso, si bien es cierto que la película de estar entre lo mejor de Burton –propongo Beetlejuice (1988)-, por lo menos se trata de un filme mucho más consciente que Alicia en el País de las Maravillas (2010).
Y, bueno, por ahí y por allá Burton deja ver chispazos de su talento, como en la escena del destructivo y apasionado coito entre Barnabas y Angelique, a ritmo de “You´re the First, the last, my Everything” de Barry White. Ya sé, ya sé: debería darme vergüenza. Pero qué quiere: crecí en los 70. Como Burton.