viernes, 19 de octubre de 2012

Crónicas del perro artificial


En 1984, con tan sólo 25 años de edad, el joven Timothy Walter Burton dirigía su tercer trabajo profesional, el cortometraje Frankenweenie, a partir de un guión de Leonard Ripp –basado en una historia de Burton- e insólitamente auspiciado por los estudios Disney, la casa productora que lo vio nacer como artista. Con la notable influencia de Frankenstein y La novia de Frankenstein (James Whale, 1931 y 1935), en tan sólo 29 minutos y en glorioso blanco y negro, contaba la historia Víctor Frankenstein (Barret Oliver, el Sebastian de La historia sin fin), un niño que vivía con sus padres Ben y Susan (Daniel Stern y Shelley Duvall) en una pacífica comunidad suburbana (símil indudable del californiano Burbank donde Burton creció). El pequeño soportaba su entorno en compañía de su fiel amigo Sparky (un maravilloso Bull terrier), quien en los primeros momentos del relato es atropellado y muerto por un automóvil. La negativa de Víctor a enfrentar su pérdida es el motor de una obra inolvidable. “Todos tienen un perro al que aman, y la idea de mantenerlo vivo impulsó la cinta”, confesó el director a Mark Salisbury en el libro Burton sobre Burton. Irónicamente, a pesar del triunfo estético que supuso, Disney despidió a Burton tan pronto concluyó el proyecto, porque era “demasiado aterrador para sus espectadores” y “dilapidó recursos de la empresa”. Tontos. Aunque la decisión me indigna, no es extraña considerando el tipo de productos que ofrecen a sus consumidores: películas que si bien forman parte de nuestra primera formación son desviaciones edulcoradas de relatos clásicos y oscuros. Pero los tiempos cambian, y los seguidores de Disney han evolucionado. Casi 30 años después, la casa del “ratón Miguelito” retoma un producto que despreció y reivindica al hombre que lo imaginó.
Frankenweenie (2012) es la reelaboración dirigida por el mismo Burton, ahora un maduro y reputado cineasta de 54 años, de uno de sus primeros trabajos. Con un guión de John August –autor de muchos de sus trabajos recientes-, lo convirtió en un flamante largometraje de 87 minutos. Esa era mi principal preocupación: cuando estiras demasiado una liga, se rompe. Tenía serias reservas sobre si la historia, que funcionaba perfectamente como corto, sobreviviría la transición a un metraje mayor. Y la respuesta es un rotundo si. Como hizo con El extraño mundo de Jack (Henry Selick, 1993), James y el durazno gigante (Henry Selick, 1996) y El cadáver de la novia (2005), el director decidió recurrir al stop motion, técnica que glorificara Willis O'Brien y Ray Harryhausen. Pero el stop motion que ahora emplea se aleja notablemente del refinamiento y tersura que vimos en Coraline (Henry Selick, 2009) o ParaNorman (Sam Fell y Chris Butler, 2012), incluso de El cadáver de la novia. Burton opta por emular los resultados que tuvo en Vincent (1982) o en El extraño mundo de Jack.
La trama es básicamente la misma, sólo que tiene notables añadidos para prologar el metraje: el siniestro Señor Rzykruski (voz de Martin Landau), claro homenaje a Vincent Price y profesor que le enseña a Víctor los misterios sobre la electricidad que Alassandro Volta y Luigi Galvani vislumbraron en su época; la darketa/emo Elsa van Helsing (voz de Winona Ryder), vecinita de Víctor que comprende su otredad y es dueña de una perrita que nos recuerda a Elsa Lachester y su caracterización más celebrada; el irritable tío de ésta, el Sr. Bergermeisterel (voz de Martin Short), alcalde de la ciudad y defensor a ultranza de la cultura holandesa; el torcido Edgar E. Gore (voz de Atticus Shaffer, el niño de La profecía del no nacido y la teleserie The middle); y la tropa de pequeñines macabros arrancados de la fuente original y el libro La melancólica muerte del chico ostra, también de Burton. Estos últimos –y sus revinientes mascotas- permiten guiños que nos remiten a otros monstruos famosos de los estudios Universal –del hombre invisible a la criatura de la Laguna Negra-  y al mejor Kaiju eiga –o cine de monstruos gigantes- japonés. De paso nos da un vistazo a la fascinación de Burton por el horror y lo gótico, de Mary Shelley a Christopher Lee y El horror de Drácula (Terece Fisher, 1958). Todo en un paquete nostálgico y emotivo, disfrutable de principio a fin.
Con sus padres (voces de Catherine O'Hara y Martin Short) como testigos, Víctor (Charlie Tahan, el niño de Soy Leyenda) aprende al final que hay cosas inevitables en la vida. “No tienes que regresar”, le dice a su perrito mientras yace inerte. Pero por fortuna hay cintas que tienen –merecen- un final feliz.
Cuando valoro el Frankenweenie de 2012, pienso en Alicia en el país de las maravillas (2010 y que como saben me decepcionó sobremanera) como una especie de pago de derecho de piso que Burton tuvo que hacer a Disney para retomar uno de los logros que cimentaron su carrera. Si es el caso, la concesión valió la pena.
                                                                                                                              

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