viernes, 22 de noviembre de 2013

Texto para la presentación de Desmodus, el vampiro

Muy buenas noches a todos. Gracias por estar aquí. Primeramente deseo agradecer a Editorial Terracota –a  Alejandro Villagrán y a Ximena Ruiz Rabasa por sus buenos oficios- por su amable invitación y la oportunidad de reencontrarme con mi querido Enrique Alfaro Llarena, incansable promotor de la cultura que en el pasado me demostró su confianza en los fulgores de lo oscuro.
Contrariamente a la percepción popular, existe un profundo arraigo de la figura del vampiro en nuestra cultura. Desde la deidad maya Tzotz hasta el Dios Tzinacán de la cultura náhuatl, el monstruo ha desplegado sus alas en prácticamente todas las manifestaciones culturales. Esto lo expresa muy bien el indispensable Jorge Ibargüengoitia en su divertido ensayo Vida de los vampiros: “la gente común y corriente sabe más de vampiros que de los otomíes”.
Debemos ejemplos que refuerzan lo dicho por el guanajuatense a autores como el hidalguense Efrén Rebolledo –con su poema romántico El Vampiro-, Amado Nervo –con su poema A Leonor-, Bernardo Couto Castillo –con su cuento Blanco y rojo-, Amparo Dávila –con el cuento El huésped- y a casos más recientes como Emiliano González –con el cuento La mantis-, Ricardo Bernal –con el cuento Los manuscritos del vampiro-, Sergio Santiago Madariaga –con su cuento Muerte veo en tus ojos-, Bernardo Fernández Bef –con el cuento Sólo salimos de noche- , Patricia Laurent Kullick –con el breve e hilarante cuento Se solicita sirvienta-, Mario Méndez Acosta –con el estremecedor relato No se duerman en el metro-, el poblano José Luis Zárate –con su prodigiosa novela La ruta del hielo y la sal-, Adriana Díaz Enciso –con la novela La sed- y Carlos Fuentes, con su novela corta Vlad, contenida en la antología Inquieta compañía.
Pero uno de los vínculos más profundos proviene de las raíces mismas del mito, con los avistamientos hechos por Hernán Cortés durante la conquista de la Nueva España: se percató cómo una variedad de murciélago, identificada posteriormente como Desmodus rotundus, una de las tres especies de quirópteros hematófagos presente desde México hasta el norte de Chile y Argentina, se alimentaban por las noches de sus caballos y las bestias de tiro. William López-Forment Conradt, autoridad en México sobre estos seres, señala que fueron los invasores los que llevaron esta noticia Europa, “donde poco tiempo después comenzaron a aparecer cuentos de vampiros humanos, especialmente en Europa Oriental, debido a su inaccesibilidad y desconocimiento que tenían de esa zona del Continente Americano los habitantes de la Europa Occidental. Los primeros europeos en reportar sobre estos animales, amén de equivocarse de especie, fueron de Oviedo y Valdés en 1526, y Benzoni en 1565”.
Precisamente es este animalito el responsable de dar el nombre al protagonista de la novela que hoy nos reúne, Desmodus el vampiro de José Carlos Vilchis Frausto. Y tengo ahora el reto de hablar del texto sin estropear su descubrimiento a los nuevos lectores. En un escenario reconocible, la Ciudad de México de nuestros días, el autor nos narra el descenso a las tinieblas de un nuevo vampiro, “Desmodus, el hambriento, el Paria, el maldito, el desterrado”. Esa dignidad es lo primero que debo agradecer a José Carlos: el alejar al monstruo de la fórmula vacía, contemporánea y comercial y presentarlo como es, un asesino en la cima de la cadena alimenticia.
Vilchis se da tiempo de citar a sus clásicos a lo largo de la narración: de Julio Cortázar a mi querido Vicente Quirarte, de William Shakespeare a Patrick Süskind. También dedica un capítulo al cineasta alemán Win Wenders, cuya visión está presente en la historia. Esto nunca para sonar pretensioso o que el lector diga con asombro: “Cuánto ha leído y conoce de cine este autor”. Lo hace para venerar a sus maestros y mostrar orgulloso la presencia de sus lecciones. En ese sentido, su estilo es moderno pero también muy generacional. El cine está presente no como referencia sino como manera de ver y captar la realidad, sea mediante la descripción de una espectacular persecución, de los inframundos del Centro Histórico de nuestra ciudad –no sabía de la existencia del Pervert lounge-, de sucios cuartos de hotel o de una lóbrega morgue con su refrigerador con el letrero “carnes frías”. Y es precisamente gracias a esta capacidad de observación, casi cinematográfica, que los detalles sumergen al lector en el relato.
Podría continuar, pero prefiero concluir aquí. Gracias, querido José Carlos, por esta disfrutable novela de vampiros, pues desde el título establece vínculos muy necesarios en nuestro tiempo. Donde yo me eduqué, el vampiro no brilla. Hablé antes de algunas de las virtudes de tu libro. Este ya pertenece a los lectores y navega con sus propios medios. Serán ellos quienes determinen su efecto y perdurabilidad. Espero que goce de la fortuna material de recientes sagas literarias. Si no fuere así, tu obra triunfa sobre ellas en muchos sentidos: posee el decoro y la autenticidad que los mayores éxitos sólo sueñan. Ello no es gratuito. Se debe, sobre todo, a tu talento y tu constancia. Toma estas palabras como una obligación para escribir novelas cada vez más sorprendentes y, por qué no, más oscuras.
Muchas gracias.

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